Cada semana nos regalamos una reflexión sobre algún valor, un acontecimiento, una fecha litúrgica, la vida salesiana o algo que nos resulte de interés. En el inicio de esta Semana Santa nos regalamos esta reflexión:
“A TI TE LAS CONFÍO”
Cada 13 de mayo la Iglesia recuerda a María Dominga Mazzarello, cofundadora del Instituto de las Hijas de María Auxiliadora
Maín –tal su apodo desde la infancia- nació en Mornese, Italia, el 9 de mayo de 1837, en una numerosa familia de campesinos. Fue la primogénita de diez hermanos. Dotada de fuerza física no común, desde muchacha trabajó en el campo con su padre José. “Para que Dios no deje que nos falte el pan es necesario rezar y trabajar”, decía ella.
Gracias a la educación profundamente cristiana recibida en su familia, Maín hacía grandes sacrificios para encontrarse diariamente con Jesús en la Eucaristía: “Sin Él no podría vivir”. A los 18 años, forma parte del grupo inicial de las Hijas de la Inmaculada, un grupo de jóvenes laicas consagradas. Su objetivo: ser levadura en medio de las mujeres, niñas, jóvenes y mayores, con el ejemplo y también con la palabra.
En 1860 llegó el tifus a Mornese. Su confesor, don Pestarino, le pidió ayuda para atender a algunos enfermos de la familia Mazzarello. Maín siente miedo, está convencida de contraer la enfermedad. Sin embargo, aceptó. Naturalmente, se enfermó. Tras varios meses de postración, se recuperó. Como consecuencia de la enfermedad, perdió el vigor físico de antes, pero no la fe. Un día, mientras caminaba por Borgoalto, tuvo una visión misteriosa: vio un gran edificio con muchas muchachas que corrían en el patio, y una voz que le decía: “a ti te las confío”.
Siente que Dios le pide que se ocupe de las chicas de Mornese, haciéndoles el mayor bien posible. No pudiendo trabajar en el campo, conciente de sus posibilidades y de acuerdo con su gran amiga Petronila, decidió aprender el oficio de modista para enseñar costura a las muchachas pobres. El Espíritu Santo formó en ella un corazón materno. Prudente y sabia, educó a las muchachas con amor preventivo. Habiendo abierto un pequeño taller –como le sucedió a Don Bosco–, el Señor le envió a las primeras huérfanas, a las que acogió con su amiga. Sin conocer todavía a Don Bosco y su obra, ella también hace de su pequeño taller y hogar, un oratorio festivo.
Don Bosco llegó a Mornese con sus jóvenes en 1864 a abrir un colegio para los muchachos del pueblo. María lo miró y exclamó: “Don Bosco es un santo y yo lo siento”. Don Bosco visitó el pequeño taller de las Hijas de la Inmaculada y quedó muy impresionado.
Pío IX le pidió a Don Bosco que fundara un Instituto femenino, y él, llamando a Don Pestarino, eligió e invitó a las Hijas de la Inmaculada, mandándolas al colegio apenas construido. Maín y sus compañeras sufrieron el hambre, la miseria y también la hostilidad inicial de sus paisanos (ellos habían colaborado mucho en levantar el colegio que sería destinado a los varones y los Salesianos de Don Bosco). No obstante, estaban siempre ale
gres y su fe jamás vaciló.
En 1872 las primeras quince muchachas se convirtieron en Hijas de María Auxiliadora. Para Don Bosco, “serán monumento vivie
nte de mi gratitud a la Virgen”. Maín fue llamada al gobierno del Instituto; nunca se creyó digna de tal merecimiento; una vez aceptado por obediencia, pidió que la llamaran Vicaria porque, decía, “la verdadera superiora es la Virgen”.
El Instituto creció, se multiplicó y se abrieron las primeras casas, las primeras misiones en América del Sur. María fue llamada “madre”. A pesar de todo era sencilla, se preocupaba por todas, daba siempre el ejemplo aún en los trabajos más humildes.
Con su sabiduría, dirigió la espiritualidad del Instituto, encarnando en las Hijas de María Auxiliadora el carisma dado a Don Bosco.
Murió en Nizza Monferrato el 14 de mayo de 1881, a la edad de 44 años.